Quisiera morir un jueves por la tarde. Una tarde azul, con vientos fríos y truenos zigzagueantes. Con todos esos árboles agitándose como queriendo salvarme. Extrañamente, durante los últimos segundos antes del ocaso, se agitaron con desesperación, y empezaron a gritarme. Y eso es molesto, quisiera morirme sin tener que oír a nadie y no halle mejor excusa que inmolarme. Repudiaron mi actitud, como si ya el odio no bastara, como si ausentarse no fuera ya un martirio. 

Quisiera morirme un jueves, asfixiado, colgado de tus bragas. Teñirme la sangre, azul. Sacudirme como el pedazo aún vivo de serpiente. Revolotearme por todo el piso, y nunca poder alcanzarte. Deslizarme moribundo por tus partes, y morirme entre tu vientre. Respirar del agua y olvidarme de tus bragas. Encogerme como un feto y dormir eternamente en tus entrañas.

Si hay algo en ti que aún no conozco, es que vives al otro lado de la vida misma. En un par de metros cuadrados que hoy mi alma ocupa. Allá donde no se oculta más el sol, y muerto por fin, pude hallarte. Hay una parte mía que no ha logrado acostumbrarse, se ha vestido azul el corazón, y ya ha olvidado hasta tu nombre. No lo juzgues, tuvo que elegir la parte oculta del ocaso.