La nostalgia, ese torrente de sentimientos que te refriegan la conciencia. Te recuerdan que por un instante nunca más fuiste triste. Y en la radio, un comentarista taciturno disfruta en silencio, la misma canción que me recuerda a ella. “Nobody said it was easy” que sonaba en una esquina de la habitación, mientras fumaba el último porro. Por fin todo adquiere sentido. 

La primera vez que le escuche cantarla, fue cuando apenas la conocía, era la típica chica pop que tartamudeaba bonito el inglés. Tenía mil discos. Le gustaba sentarme justo en medio de un viejo salón, y me dejaba contemplarla, se elevaba ligerito en el pasillo como una nube en lo alto, se subía al pequeño atrio y se sentía más segura que nunca. Y desde allá arriba, bailaba solo para mí, cantaba solo para mí.

De todos esos conciertos al que ella me invitaba, nunca olvidare el día que decidió convertir la habitación en un diminuto karaoke. Todavia tenía un lugar privilegiado, y nuevamente descendía desde el cielo, para llegar a mis oídos y susurrarme “lose all my senses, that is just so typically me”, y cubrirme toda el alma.

Sin pensarlo, convertimos ella y yo, un momento en algo memorable. Disfrutamos muy bien de los exilios familiares, en nuestro pequeño oasis. Uno que construimos lentamente y con desesperación. Por esos años, refugiarse era algo vital, y ella no estaba preparada para andar sola por el mundo.

Nadie dijo que sería fácil, todavía me estremece su inglés bonito. Y en la habitación, todo era humareda y culpa tratando de salir por la ventana. Le recuerdo con cariño y con desprecio. Me recuerdo como un mendigo entre todo el desperdicio que dejamos juntos. Sin duda padecimos carencias, grandes, muy grandes, pero siempre procuramos envolvernos en esas noches frías, con el poco amor que habitaba en nosotros.

Esta noche solo quisiera que enciendas el grabador y pongas siempre el mismo disco. Deja que me siente donde siempre, y báilame. Baila solo para mi, canta solo para mí. Como si ese momento fuera impermeable en el tiempo.