Durante muchos años han pasado desapercibidos en mi vida, no es mi culpa. Soy un ingrato. Debería sentir culpa, y creo que hay algo de eso. Por aquellos quienes se han ocupado de envolver su gratitud en un pequeño paquete y hacerlo llegar hasta mis manos. Debería sentir culpa, como los orientales que se toman la molestia de ir casa por casa, amigo por amigo, para mostrarle en un gesto de respeto que él se acuerda de cada uno de ellos.

No importando el tiempo, ellos han sabido conservar a sus seres queridos a través de ciertos lazos que hacen que cada uno se sienta especial. He fracasado. No soy un buen amigo, un buen hijo, ni siquiera un buen padre. Y no tengo una deuda inmensa -por no haberme acordado de todos ellos-, solo me he convertido en un ermitaño que cada verano sale a tomar un poco de sol, y luego vuelve a su guarida esperando guardar algo de calor para ese terrible invierno que vendrá.

He pasado la mitad de mi vida queriendo ocupar el mayor tiempo posible conmigo mismo. Evitando a toda costa, agrandar aún más la lista de amigos y complicarme la vida, porque cada vez la memoria me falla, y tengo el corazón mas recio. Así no necesito auto flagelarme, cada vez que me olvido de uno de ellos. En el sentido más justo, decidí tener una lista corta, breve, simple, especial, donde pueda desenvolver mi gratitud sin complicaciones y sin culpas.

Pero ella es un ángel, se ha ocupado de cargarse a sí misma a las personas que yo ya no quiero incluir en mi vida. Las ha tratado con la gentileza y el amor que corresponde, y no es para más, siempre dice que algún día cambiare y por eso decide conservarlas. Que tomare de mi propio yugo, y me hare cargo de mi mismo, mientras tanto ella les ofrece amor de mi parte, y se lo agradezco infinitamente.

Si algo he hecho bien, es habérmele cruzado en el camino, nada más. Porque es ella quien da los abrazos más sinceros, y procura que le responda igual a diario. En todo gesto, en cada detalle, hasta en la forma de darnos los buenos días. En todo, siempre ha estado ella para salvarme. Para rociar la roca que llevo dentro mío, y hacerlo polvo. Si, ella ha hecho del amor una exquisita forma de empezar el día.

Desde entonces, he aprendido que a quien nunca debo olvidar, es a ella. Que si la mañana, o la tarde fue una delicia, es por ella. Y por eso la recuerdo con dulzura, y me recuerdo con desprecio. Un ermitaño vagabundo odiándolos a todos en silencio, haciendo del verano un invierno, y del amor el encuentro más nefasto.