Alguna vez deje de decir papá. Dice la tia Cele, que se marcho por cuestiones de trabajo. Que cuando llegó a su destino, no encontró ninguna forma de comunicarse y anda como errante de tierra en tierra juntando dinero para volverse. Dice el primo Jhon, que uno de sus amigos que está en el ejército, lo vio en rondas campesinas. Que anda encapuchado entre la niebla, y siempre lleva una manta roja. Anda combatiendo sinchis, con cigarro y fusil en mano. María, la media hermana de papá, siempre sale corriendo cuando hablan de él. Yo no sé muy bien por qué.

Mamá Caro, abuela de todos, es más sincera, se sienta frente a nosotros y siempre da la cara. Responde, sin pensarlo mucho, que él ya no está, que no va a volver. Todos la escuchan con tristeza cuando afirma que papá ya no va a volver. Pero antes de que el aire fúnebre se haga común, mamá Caro se levanta de la mesa, enciende una vela y reza una oración. Le acompañamos en silencio, y se le escucha bajito decir - Dios mío, danos la dicha de estar con él cuando tú decidas llevarnos – Y vuelve a sentarse, reconfortada para finalizar la conversación.

¿Cuando alguna vez dijimos papá, papito, ven siéntate conmigo?. Preguntó mama Caro. Les dio la peor palmada en el alma. Todos callaron. Si, el silencio era culposo. Yo sabía muy bien, que la Tía Cele, nunca se llevaba bien con él. Nunca lo trato bien. Lo regañaba cada vez que volvía ebrio, pero nunca le preguntaba el por qué. El primo jhon, un reverendo maricon. Lo abandonó en medio de una balacera entre la niebla, porque le tuvo miedo a un par de ráfagas nocturnas. Papá nunca se lo perdonó, casi le costó la vida. Es un cobarde. No merece estar la mesa, pero mama Caro nunca echó a nadie de la casa, y él no era quién para hacerlo.

A María le fue peor. La primera vez que escucho a mama Caro, salió con el alma destrozada. Nunca tuvo el valor para agradecerle a papá por sus cuidados. Era muy joven, y siempre lo despreció, por negarle algún romance. Él siempre fue muy desconfiado, y María muy ingenua. Tenía la cabeza testaruda para con nosotros, pero un corazón amable para sus pretendientes. Dicen que una vez papá la encontró llorando en su habitación, quiso consolarla, pero le rechazó. La muy testaruda nunca le acepto consejos, y se fue contra él. Le amenazo con irse de casa, si seguía metiéndose en su vida. Todos la escuchaban renegar de papá, pero ahora no reniega ya de él. Llora desconsoladamente. El corazón le pesa, más que a todos. Le llora, porque ya no podrá pedirle perdón.

Mama Caro, fue muy delicada para darnos la noticia. Pero a todos les pesa el alma. ¿Papá, papito, por qué nunca me senté contigo? Todos en la mesa, enmudecidos, repetían su pregunta. Todos olvidaban que Jhon siempre fue un reverendo marica; que la Tía Cele, cucufata, tiene más pecados que el rosario de su cuello y que a María, se le fue la calentura, y desde entonces tiene muy frio el corazón.

Pero yo extraño a papá, porque nunca lo conocí. Mama Caro, me dice que fue un buen hijo. Y yo trato de ser como él. Quiero ser un buen hijo para que mama Caro, me diga que soy como papá. Que cada día más me le parezco, y que si tengo suerte, ya no tendré que irme a la puna para joderme con los sinchis. Pero esta mañana mama Caro, yo quiero ser como él, y que aunque un reverendo marica me traicione, sepan que la balacera no me alcanzo, que a pesar de todo eso sobreviví.