Árboles. Las historias se resumen a un par de ramas, unas más cortas que otras. Un enorme árbol, hecho solo para ti. Un lugar a donde puedas llegar a acurrucarte, cada vez que sientas que te hago falta. Arboles. Aquellos que me causan nostalgia y que de cuando en cuando extraño. Por ejemplo, los árboles de mango, altos y con ramas muy gentiles. Los visitábamos siempre en febrero, entre esas largas caminatas, todos atravesábamos como delincuentes chacra en chacra para cortar camino. Sin duda, deberás acompañarnos en algún momento.

Arboles, también los de pan de árbol, enormes, gigantes despeinados que guardaban celosamente en sus cabellos, pequeños bolos de almidón. Los admiraba siempre desde un ventanal, inalcanzables, siempre de mañana, siempre entre la lluvia. Árboles de achiote, pequeños y espinosos, los encontraba en todo el camino que daba al puquial. También los frecuentaba de mañana, llevando un par de cántaros y compitiendo contra el silbido mañanero que salía de entre el ramal.

Árboles de coco, ahí se jugaron las mejores escondidas en mis tiempos. Todos salían disparados después del inicio de la cuenta regresiva. Marita, muy dulce siempre se escondía muy cerca, y nadie sabía eso, más que yo. Y si fue ahí nuestro primer beso, nadie lo sabe más que los dos. ¡El árbol de paloto!, ese fue el mejor invento divino, ligero, esponjoso, casi comestible. Lo usamos con un par de locos, para cruzar el Apurímac, nunca lo hagas. De haber salido todo mal, no estarías leyendo este par de líneas. Fuimos de aventureros a recoger un poco de madera pal fogón.

No voy a negar que he vivido en el mejor lugar del mundo, que he navegado sin saber nadar, el rio más temeroso del mundo por última vez, y nunca te permitiré hacer algo así. Sigo siendo un estúpido, que olvida que si me llegara a pasar algo, te haría muy infeliz. Que sin bacilar, me lanzo en aguas mansas, donde habitan cocodrilos, ¡y Dios es grande!, los alimenta cuando yo decido darme un chapuzón.

Árboles, ¡carajo!, que viejo me siento hoy. Mi vida ha reducido y casi ha pausado los latidos de mi corazón. Es extraño no volver a tener esa taquicardia infantil, que me mantenía con vida ayer. Árboles, todos me han llevado hacia ti. Todos me han dado vida para ti. Por eso mi pequeño Adán, nunca dejes de treparlos, nunca dejes de confiar en ellos, sobre todo en los de paloto. Algún día podrían salvarte, y quizá como Dios quiso, te puedan conducir también hacia mí.