Desde aquella minúscula ventana, ingresaba una porción del día, alumbrando el pequeño rincón donde mi alma yacía. En medio de ese aire fúnebre, mi cuerpo reposaba de todo el mal acumulado en mi pecho. Era un dolor infernal, incontenible, inconfesable. Era el llanto mudo de mis penas. Ella ya se había ido hace mucho, y como era de esperarse, a mi me llegó el golpe como un boomerang. Doliente y de improviso. Las noticias malas nunca tardan en llegar, y a nosotros nos llego al otro lado de una orilla que nunca pudimos cruzar, y cuando al fin logramos hacerlo, llegamos tarde, con el dolor acumulado y una culpa desbordandose en nuestros ojos. Hace un mes que ya no está con nosotros, se ha desprendido de su cuerpo material, y sin bacilar, se fue en silencio y sin dar aviso. Y compadeciéndose de nosotros, ha quedado en esta tierra inerte, parte de su frágil cuerpo, que descansa en una loma al aire libre. Un improvisado hogar, donde todos eran bienvenidos, donde todos podían caber. Siempre fue muy amable y complaciente. Y Aquí en su nuevo hogar, nos daba la primera riña, por llegar tarde. Y nosotros con el ceño fruncido y quejosos, mamá no seas cruel, no volverá a suceder. Sentimos su dulce abrazo, y el perdón que no merecíamos. Y se me inundó el alma, se desprendió todo el dolor y ella liberó toda esa culpa, por una ausencia muy ingrata. Desde entonces, procuro no alejarme tanto, siempre ando muy cerca, por si alguien decide dejarme, o por si yo decido dejarlos, me tengan siempre al lado, para despedirme, para despedirlos. Para hacer de ese último viaje, un boomerang sin retorno.